sábado, 5 de diciembre de 2009

CÓMO TRANSMITIR E INSPIRAR LAS CAPACIDADES DEL SIGLO XXI EN UNA TUTORÍA DE PRIMARIA

“Los grandes hombres y mujeres son, a ratos, niños, y siempre incompletos.
La naturaleza nos brinda a todos con una riqueza inagotable”
Santiago Ramón y Cajal

La familia espera de la escuela unos conocimientos que “sirvan” para toda la vida y que les ayuden en su futuro laboral. Pero también esperan un entorno donde las relaciones sociales capaciten a sus hijos para llevar una vida adulta lo mejor posible. Una educación en valores que orienten hacia una conducta y un comportamiento social correcto. Por eso no es en absoluto vano el celo de los padres por preservar el estado de salud de sus hijos y por ofrecerles la mejor educación. Pero si eso es válido para todos los aspectos de su personalidad, resulta definitivo para su desarrollo intelectual.
La escuela espera de la familia un compromiso sobre el acatamiento de las normas exigidas por el sistema educativo. Un apoyo efectivo basado en el refuerzo del aprendizaje escolar y en un mínimo de cuidados básicos, como la alimentación, el descanso, la afectividad,... Pero al mismo tiempo una presencia efectiva en los dos ámbitos, en la familia y en el escolar.

El fin último de la educación, consiste en reconocer un camino de crecimiento integral. La tarea de aprender no acaba nunca, la formación de las personas puede extenderse a lo largo de toda la vida y se puede presentar en todo tipo de formas y estilos. Los profesionales de la educación debemos hacer ciudadanos, conscientes de sus derechos y deberes, aportarles un interés en aprender a aprender a lo largo de la vida, dotarles de una actitud critica ante la vida y transmitir la cultura básica y el conocimiento especializado de una forma pedagógica y activa.
El proceso de aprendizaje cognitivo debe centrarse en la comprensión, experimentación y deducción, más que en la simple acumulación de datos. Piaget llevaba esta idea a su máxima expresión cuando sostenía que “si se le enseña a alguien algo que hubiera podido descubrir por si mismo, se le impide entenderlo completamente”. El sujeto aprende básicamente interpretando sus fracasos. La fuente del aprendizaje está en darse cuenta de lo poco que sabemos.
Si el fracaso no nos asusta, nos obliga a conseguir el resultado deseado. Como dice Condorcet, “las medianías pueden educarse, pero los genios se educan por sí solos”.

El proceso de aprendizaje afectivo debe centrarse en un objetivo: vivir, amar, aprender y dejar un legado. Vivimos esforzándonos por ser lo mejor que podemos. Amamos preocupándonos por los demás. Aprendemos trabajando duro y siempre haciendo todo lo que esté en nuestras manos. Dejamos un legado compartiendo nuestro entorno con los demás y tratando de influir positivamente en el mundo. Así, en la tutoría haremos hincapié en los conceptos que más pueden ayudar a los alumnos a ser eficaces en sus relaciones con los demás y a crear hábitos sociales para su futuro. ¿Se ha dado cuenta de que los líderes no se contentan con ser simples espectadores que permanecen sentados y esperan a que los demás hagan algo por ellos?
Goleman demuestra que la Inteligencia Emocional es un factor de predicción más preciso del éxito académico y del éxito en la vida que el cociente de inteligencia. También presenta una prueba similar referente al lugar de trabajo según el cual los líderes deben poseer, además de las aptitudes técnicas e intelectuales, competencias personales y sociales.

Los jóvenes de hoy deberían pertenecer a la generación más prometedora de la historia. Pero se hallan en la encrucijada de dos caminos. Uno, el camino que conduce a una mente y carácter mediocre, y en consecuencia, al deterioro social. El otro, un camino que les permite acceder a infinidad de posibilidades humanas. Si les mostramos el camino, todos los niños serán capaces de seguir esta segunda ruta.
No salirse de este camino tiene que ver con la integridad, la ética del trabajo, el tratamiento de los demás, la motivación y el grado de iniciativa de una persona. También está relacionada con la personalidad, la colaboración, el talento, la creatividad y la disciplina de una persona.
Estas características son componentes esenciales de la grandeza de una persona, ya que indican que clase de persona somos, frente a lo que poseemos. Estos términos se pueden resumir en dos palabras, carácter y competencia.
Las capacidades que nuestros alumnos deben tener en el siglo XXI, se sustentan en cuatro columnas, que a su vez tienen como base dos estamentos que reposan en un terreno firme.
Cada uno de los pilares presenta como ornamento algunos métodos utilizados para mejorar la calidad en las escuelas: esfuerzo, inteligencia emocional, escuelas efectivas, liderazgo,... Pero estos métodos necesitan unas bases donde apoyarse, como son los siete hábitos de la gente altamente efectiva (El líder interior. Cómo transmitir e inspirar los valores que conducen a la grandeza, Covey) y los principios de Baldrige.
De igual modo, la familia, que representa el terreno donde se apoya esta estructura debe ser firme. Una construcción es estable no sólo gracias a sus cimientos, sino al terreno sobre el que se asienta. Si el terreno sobre el que se construye es inestable, la construcción también lo será.
Los años infantiles previos a la adolescencia son realmente cruciales. De hecho, en ellos se sientan las bases de la futura persona. Los niños quieren conocer el camino. Les gustan las directrices y las reglas firmes más de lo que creen los adultos.

La cultura de un colegio no puede recaer sobre los hombros de una sola persona si ha de tener éxito y mantenerse a lo largo de los años. Por tanto, los méritos recaen directamente sobre todas las personas que participan en el proyecto. El verdadero mérito del éxito de las escuelas no reside sólo en las personas, también en los principios. Principios que los alumnos puedan aplicar con independencia de la etapa de la vida en la que se encuentren o de cuál será su futuro profesional. Esos principios servirán de guía a un colegio y llevarle a crear una cultura basada en tales premisas.
La cultura de un colegio es consecuencia de las conductas combinadas de las personas que participan en el centro. Esta cultura tiene un impacto directo en el aprendizaje de los alumnos.


Olga Codejón Iruela
Licenciada en Psicopedagogía y Doctoranda en Calidad Integral por la UNED